Fue mi madre quien, tras haber estudiado Historia del Arte, despertó mis inquietudes artísticas. Y mi padre que es periodista, fue quien me enseñó a observar. Solíamos viajar a menudo cuando era pequeño. Y siempre que lo hacíamos nos llevábamos una videocámara. Mi padre era la persona encargada de grabar.
Recuerdo ponerme muy cerquita de él y estar más pendiente a veces de eso que del propio lugar que visitábamos. Cuando tenía 13 años, en uno de esos viajes, y aprovechando una parada para descansar, le pedí permiso para utilizarla. Aquella vez no puso objeciones pero en cada salida que hacíamos se iniciaba una guerrilla para conseguir que me la dejara. Menos mal que con el paso del tiempo al ir cumpliendo años, se fue fiando cada vez más de mí. Pero no fue hasta los 18 años, justo antes de empezar el Grado de Comunicación Audiovisual en la Universidad, cuando pude comprarme mi primera cámara.
Historias personales aparte, pienso que la cámara no es sino una prolongación de la forma de observar, sentir y pensar de cada uno. En todo trabajo audiovisual acabas marcando tu impronta.
Por ello, cuando andaba inmerso en la renovación de mi marca, realicé un camino interior para ver cuáles debían de ser los valores que reflejara en ella. Pensé que sería acertado reflexionar acerca de lo que era, lo que hacía y hacia dónde quería dirigirme como profesional. Y para ello, se me ocurrió crear un
lema, que aunara mi forma de ser con la forma de entender la vida. Me serviría de guía para iniciar el proceso y marcar mi filosofía de trabajo. Y el que más fuerza cobró fue el de LIVE & LOVE.
Como aquel mítico grupo de rock británico llamado Oasis proclamó en una de sus canciones, vive para siempre. Haz lo que disfrutes, conecta, explora y viaja.
